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MIRAR APASIONADAMENTE.

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"Tanto que has recorrido ¿miraste a tus costados? ¿Llevaste hasta tu centro alguna cosa?" (Raquel Jaduzsliwer) Se trata de un grupo de reflexión donde explorar nuestra práctica terapéutica a partir de la Filosofía, la Estética, el arte, la poesía, el cine, la literatura, la música, la experiencia. Nuestro objetivo es pensar-sentir juntos para enriquecer nuestro trabajo terapéutico desde el modelo de la Gestalt Relacional. Propondremos textos, películas y experiencias desde dónde partir para cocrear el aprendizaje. A diferencia de otros espacios nos hemos propuesto hacer esta reflexión sin recurrir a autores o lecturas gestálticas; en lugar de eso, nos acercaremos desde miradas no terapéuticas. Mirar el mismo jardín pero desde diferentes ventanas. ¿POR QUÉ HACERLO ASÍ? Nos parece que muchos conceptos de la Gestalt relacional pueden explorarse desde distintas miradas, nuevas perspectivas nos permiten, a partir de la experiencia y la conversación, llegar a la teoría y a la práct

El tigre, la ola, el mar.

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  Recuerdo el verde tierno de la hierba, la luz generosa y a lo lejos el resplandor de unas flores rojas. Era la cabaña del Chico, quizá, aunque no del todo. El sol prodigaba tibieza sin quemar. Calma. Cuando vi que el tigre se acercaba me puse alerta. Era enorme y se movía con la elegancia felina que es un lugar común entre los de su especie. Se acercó a mí en cuanto me vio. Su pelaje parecía muy suave bajo la luz, el contraste de sus rayas resaltaba. Una mezcla de atracción y miedo. Querer huir y quedarme. Ya estaba junto a mí, era tarde para escapar, y si lo intentara me alcanzaría. Me quedé quieto cuando acercó su cabeza gigante mientras gruñía suavemente. Percibía olor salvaje. ¿Acercar la mano? ¿Tocarlo? Su belleza me invitaba a hacerlo. Pero cuando gruñía podía ver sus colmillos amarillentos y afilados, fieros, que podrían arrancarme el brazo de una sola tarascada. Muy lentamente, aguantando la respiración, toqué su cabeza, el pelo grueso pero suave, la forma de los huesos poder

La herida

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  Tu madre me convenció de tenerte. Yo tenía miedo. La vida sin ti tenía la ligereza de una tarde de sábado. Un mundo a la medida de dos, que unas veces se comprimía y otras se expandía, frágil corazón latiendo. Unidos pero diferentes, cercanos y otros. Yo no sabía cómo querer que vinieras. ¿Cómo desear lo desconocido? Un día le dije: si esperamos a que yo quiera es posible que nunca ocurra, no sé si algún día querré, pero estoy dispuesto a seguirte porque tú quieres, deberás tomarme de la mano y llevarme allá. Y eso ocurrió: tu madre me tomó de la mano y yo me dejé llevar. Dejamos de cuidarnos para evitar el embarazo. Hacer el amor era un vértigo, un salto de fe, abrir los brazos y dejarse caer al vacío, correr por un bosque espeso mientras la luz se va marchando. La sangre puntual de cada mes nos decía que la vida aún era la que conocíamos. Ella se entristecía y yo no sabía qué sentir. Tristeza, alivio, esperanza. Luego ocurrió que mientras yo viajaba fuera de la ciudad de pronto s

Eres y no.

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  Mónica, tu madre, es   también la alteridad, mi Otra siempre, mi espejo a veces. Tan otra es que a veces me sorprendo. Abro los ojos y la encuentro durmiendo a mi lado. ¿Qué hace aquí? Me pregunto. ¿Qué hago yo? ¿Por qué hay una mujer durmiendo junto a mí si es una desconocida, si no lleva mi sangre, si viene de otro lugar, si carga con otra historia? ¿Quién le dio permiso para hacerse sitio en mi vida y expandirse e invadirme cada momento y cada espacio? Extrañamiento. Otredad. Luego olvido ese desconcierto y bajo las defensas y me dejo invadir. Nuestros olores se confunden, nuestras vidas se entretejen. A veces me sorprendo diciendo palabras que decía su padre, tu abuelo, al que yo no conocí: ¡Leler, más que leler! Otras veces repito frases que decía su abuelo materno, tu bisabuelo, como si fueran mías: ningún niño ha aprendido nunca nada en ninguna escuela . Con frecuencia cocino guisos que me enseñó su madre. ¿Quién soy yo con tanto ella? ¿Qué queda de mí? Cuando irrumpiste aq

Las dos miradas

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  Miramos de tantas formas, miramos a veces sin mirar. Miramos distraídos y a veces detenida, apasionadamente. Contemplación se le llama esa mirada. Miramos protegiéndonos de lo que miramos o abiertos y dejándonos herir por lo mirado. Miramos como desde una pantalla o un escaparate o involucrándonos en lo que miramos, tatuándonos el cuerpo o la conciencia de caminos y mapas que llevan a cien lugares. En un extremo, hay la mirada del comienzo; en el otro, la mirada crepuscular, la de las últimas veces. Esas dos miradas nos intensifican la mirada, nos hacen mirar con atención. Por eso son importantes las primeras veces y son importantes las últimas. Sabemos de las primeras. Cuando hice algo por primera vez. Casi nunca sabemos de las últimas y quizá es mejor que sea así, de otra manera, conforme pasan los años tendríamos una demasiada conciencia de lo que termina, el cuerpo nos pesaría tanto de tantos finales y de tantas despedidas que acabaríamos por hundirnos en la tierra. Yo at

Como un bosque, como un río, como un cuerpo.

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Llegaste a un mundo de palabras y de libros. Me refiero a nuestro pequeño mundo, el que tu madre y yo nos construimos desde antes de que llegaras. Cuando aún no eras ni una idea ya coleccionábamos libros para niños. Nos conmovían y divertían sus historias y sus ilustraciones. Era nuestro intento inútil de agarrarle a la infancia por la cola para que se quedara. Los libros son historias que otros nos cuentan, son mundos dentro del mundo, son las personas que los escriben. Eras diminuta cuando te leíamos el cuento de Miffy. No pasaban demasiadas cosas. Contaba un día en la vida de una familia de conejos. Te quedabas absorta mirando las ilustraciones y escuchando la historia que repetíamos una y otra vez. Algo misterioso fluía de las páginas a ti y de regreso. Un día, simplemente extendiste tus manos para coger el libro. Lo leíamos a diario y en cuanto lo mirabas te emocionabas de tal forma que se te aceleraba la respiración y estirabas y encogías tus piernas de ranita. No era fácil qui

Ojos y sombra.

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  Quizá ser padre es atestiguar. Estar allí para ser ojos que miran y confirman lo que olvidarás. Ojos abiertos que se asombran. Escribo esa palabra y me detengo. ¿Asombrarse es poblarse de sombra, que la sombra me cubra, sombra ser? Leo en el diccionario que asombro es una impresión en el ánimo que alguien o algo causa a una persona especialmente por una cualidad extraordinaria o por ser inesperado. Entonces no hay sombra en el asombro, pero quizá la hay. Asombrarse: volverse sombra por estar ante lo que mucho brilla. Asombrarse: estar a la sombra de eso que por enorme oculta la luz. Asombrarse: oscurecerse para que sea la luz del otro la que surja. Sí, claro, quizá todo eso es ensombrecerse y yo divago en estas ganas de ser sombra tuya, eso que no eres tú pero que está tan unido a ti que te sigue a donde vas y de repente surge. Ser padre es ser ojos y ser sombra. Mirar hasta pulverizarse los ojos , como decía Alejandra, querer mirarlo todo, los detalles, lo más simple, para no olvi