Ojos y sombra.

 


Quizá ser padre es atestiguar. Estar allí para ser ojos que miran y confirman lo que olvidarás. Ojos abiertos que se asombran. Escribo esa palabra y me detengo. ¿Asombrarse es poblarse de sombra, que la sombra me cubra, sombra ser? Leo en el diccionario que asombro es una impresión en el ánimo que alguien o algo causa a una persona especialmente por una cualidad extraordinaria o por ser inesperado. Entonces no hay sombra en el asombro, pero quizá la hay. Asombrarse: volverse sombra por estar ante lo que mucho brilla. Asombrarse: estar a la sombra de eso que por enorme oculta la luz. Asombrarse: oscurecerse para que sea la luz del otro la que surja. Sí, claro, quizá todo eso es ensombrecerse y yo divago en estas ganas de ser sombra tuya, eso que no eres tú pero que está tan unido a ti que te sigue a donde vas y de repente surge.

Ser padre es ser ojos y ser sombra. Mirar hasta pulverizarse los ojos, como decía Alejandra, querer mirarlo todo, los detalles, lo más simple, para no olvidarlo nunca, lo cual es imposible porque el olvido acecha y es voraz y no se llena nunca. Estar allí a tu lado, siguiéndote los pasos, hacerme largo cuando el sol se pone y empequeñecerme al medio día hasta desaparecer, hasta ser la suela de tus pasos, invisible pero allí, sosteniéndote sin que lo notes. Ojos y sombra. Testigo y presencia sigilosa.

Fui testigo de lo que ya olvidaste, de lo que para ti es solo narración, memoria de ti no tuya. Fui testigo de esa especie de oro antiguo y desgastado de las primeras veces. Tu primera risa. Tus primeras palabras. Tus primeros pasos. Tus primeras letras. Tu primer caída. Tu primer durazno… Después ya no. ¿Cuántas primeras veces vivirás a solas o lejos de mis ojos? ¿La primera sangre? ¿El primer beso? ¿La primera desnudez? ¿El primer corazón roto? ¿El primer orgasmo? ¿La primera arruga? ¿La primera (única) muerte?

Sé cosas de ti que tú no sabes: tu primer rostro, por ejemplo, atónito ante tanto mundo; el modo como te aferrabas al pezón y succionabas; tu olor de los primeros días. Poco a poco nacen en ti cosas que ignoro. Cierras la puerta y te guardas, oculta a mis ojos. Soy ese que al otro lado de la puerta espera, extranjero del espacio en que transcurres en silencio. Un poco perro yo, que aguarda en la frontera y mueve el rabo. Algo cambia, inevitablemente. Antes yo sabía cosas de ti que no sabías, ahora cierras la puerta y sabes de ti cosas que no sé. ¿Quién eres más allá de mí, cuando no te veo? ¿Juegas? ¿Fantaseas? ¿Te tocas? ¿Sueñas?

Creces, de eso estoy seguro, día a día, con la tenacidad de la enredadera que busca la luz, casi no cabiendo ya en ti misma. Tu cuerpo nace de sí y se transforma, al mismo tiempo me hiere por lo que se ha ido y me alegra por lo que florece. ¿Dónde está el cuerpo que fuiste, dime? ¿Dónde tus dientes de leche? ¿Dónde tus diminutos pies? ¿Y aquella parte sin pelo arriba de tu nuca? Ya no me cabes completa entre los brazos, te me derramas como el agua, por allá una pierna, por acá una mano, y es un dolor que no me quepas y es una maravilla. Tu cuerpo que es la alteridad y al mismo tiempo un mi corazón, una mi piel, un mi dolor más mío. No saber dónde termina mi cuerpo y dónde empieza el tuyo. Conocerle su calor, sus rincones, sus lunares, como si mi cuerpo fuera. Una frontera permeable que te hace habitarme y andar como mi sangre, igual de adentro, cuerpeándome tan casi siempre que soy apenas un brotecito tuyo. Y luego, todo cambia: soy arrancado de tu cuerpo, condenado a ser solo espectador que no te alcanza. Tu cuerpo ya no en mí porque de tan crecida no te quepo, porque tú mujer, porque hombre yo, porque cierras la puerta y yo perro que se queda fuera y rabo que se mueve. Exiliado de esa patria más mía que la mía, mirando desde la distancia los paisajes por los que transcurrí sabiéndolos ya lejos, extrañando lo que supe ser contigo. Exilio: nostalgiar calles bajo la bruma, sabores irrepetibles, olores que se destilan; anhelo de lo que fuimos un día y luego no para inventarnos otros. Un sin ti constante, un sin tu cuerpo niño que solía ser también mi cuerpo, porque la frontera hendida o translúcida o casi inexistente y luego ya frontera solamente, clausurada. Tú dentro de ti, yo tan afuera. Quizá tu crecer es eso: no caberme, salirte de mí, exiliarme de tu cuerpo. Sin embargo fui el testigo y la presencia, el ojo y la sombra. Hoy solo el guardián de lo que fue y hubo, custodiando el cofre sin candado donde se guardan algunas fotos amarillas, juguetes descompuestos, florecillas marchitas.

Comentarios

  1. Rabo que se mueve, flores marchitas, despatriado .. un testigo que recuerda la presencia de lo q fue y nunca mas sera ... aun asi se queda como memoria celular.. y algun aroma despertara en algun momento esto, posiblemente infusione la vida/muerte de la cuchara de un te, un helado, o algun durazno otro ��

    ResponderEliminar
  2. Solo el que lo ha pasado puede entender el doloroso y gozoso momento de empezar a abrir los dedos del corazòn para dejar a la nueva vida, al eterno sueño seguir su cambio casi imperceptible. Pero el infinito amor que has apredido gota a gota, irà llevàndote a seguir observando y amando siempre y cada dìa mas.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Las dos miradas

MIRAR APASIONADAMENTE.

Como un bosque, como un río, como un cuerpo.