El tigre, la ola, el mar.

 


Recuerdo el verde tierno de la hierba, la luz generosa y a lo lejos el resplandor de unas flores rojas. Era la cabaña del Chico, quizá, aunque no del todo. El sol prodigaba tibieza sin quemar. Calma. Cuando vi que el tigre se acercaba me puse alerta. Era enorme y se movía con la elegancia felina que es un lugar común entre los de su especie. Se acercó a mí en cuanto me vio. Su pelaje parecía muy suave bajo la luz, el contraste de sus rayas resaltaba. Una mezcla de atracción y miedo. Querer huir y quedarme. Ya estaba junto a mí, era tarde para escapar, y si lo intentara me alcanzaría. Me quedé quieto cuando acercó su cabeza gigante mientras gruñía suavemente. Percibía olor salvaje. ¿Acercar la mano? ¿Tocarlo? Su belleza me invitaba a hacerlo. Pero cuando gruñía podía ver sus colmillos amarillentos y afilados, fieros, que podrían arrancarme el brazo de una sola tarascada. Muy lentamente, aguantando la respiración, toqué su cabeza, el pelo grueso pero suave, la forma de los huesos poderosos. Pero seguí alerta al más pequeño movimiento, a la más mínima señal que me avisara que me iba a atacar. En ningún momento dejé de mirar sus fauces entreabiertas.

Ese fue un sueño que soñé mientras esperaba tu llegada. Al despertar no supe si era hermoso o terrible.

Días después tuve un segundo sueño.

Estaba en la recepción de un hotel lleno de gente. Las personas iban de un lado al otro, ocupadas en algo, con prisa. Una de las paredes de aquel lugar, la que yo miraba de frente, estaba hecha de cristal y era enorme, de varios pisos de altura. Daba al mar. Entonces escuché el alboroto, las exclamaciones, los primeros gritos de espanto. Allí, ante mis ojos, al otro lado de la pared de vidrio, se alzaba una ola gigantesca. Hoy la llamaría tsunami, pero entonces no conocía esa palabra. La ola crecía sin parar llenándose de fuerza, era más alta que el edificio, tapó las nubes y el sol. La gente corría desesperada, y por un momento, aterrado, también pensé en correr, pero me detuve. ¿Para qué huir? ¿A dónde? Era imposible escapar a una ola de ese tamaño, fuera a donde fuera arrasaría con todo en cuestión de segundos. Entonces me detuve frente a la pared de cristal para contemplar esa ola monstruosa a punto de caernos encima. Moriré en unos instantes, pensé, no hay nada qué hacer. En cuanto la ola caiga me hará pedazos. Cerré los ojos y una extraña calma me envolvió. Sentí como el aire llenaba mis pulmones, quizá sonreí, experimentando una paz que nunca antes había sentido. El sonido de los gritos se alejó y por un instante me sentí completamente solo ante la ola inmensa. Escuché los cristales rompiéndose. Volví a respirar, casi contento.

Cuando abrí los ojos, aún dentro del sueño, estaba vivo y en casa. Una casa desconocida que sabía que era mi casa. Estaba nublado y la luz era de un gris claro, muy suave. Por la ventana abierta entraba un soplo de brisa. ¿Brisa? Un presentimiento. Abrí la puerta y me asomé a la calle. Era la calle de siempre, pero al cruzarla estaba el mar. ¿Qué hacía el mar, el inmenso mar, gris azul y constelado de destellos, al otro lado de la calle? Pero ayer en la noche no estaba allí, pensé confundido. Luego comprendí. Fue la ola, me dije, tan grande que desplazó el mar hasta aquí. Y aquella explicación era suficiente. Qué lindo que como resultado de esa catástrofe, ahora tuviera el mar a unos pasos. Respiré ese olor único del mar que te deja el mar adentro y cerré la puerta, complacido.

Dos sueños mientras esperaba a que nacieras. Un tigre a la vez hermoso y mortal. Una ola inmensa a punto de destruir todo. El mar al otro lado de la calle. No hace falta un intérprete ¿verdad? Tú eras el tigre, la ola y el mar. La belleza que se aproxima, tan indómita que puede destruirte. La luz del sol en el pelaje y los colmillos asesinos. La fuerza destructiva y poderosa a la que no puedo escapar, más grande que el cielo, aquella ante la que solo puedo asentir y rendirme. El infinito a solo unos pasos. Lo que era lejano y ahora estaba al alcance de mi mano. Lo que me superaba por completo. Lo que me arrastraría. Lo que no podría caberme. De lo que no podría salvarme.

Tú: tigre, ola y mar.

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